Nuestro buen amigo Txema Bilbao nos manda este texto delicioso. Para que podais saborear… os lo adjunto… merece la pena, la reflexion.
Cuenta una antigua historia que una rana muy presumida vivía en una hermosa charca. No le faltaba comida ni compañía, pero no se sentía satisfecha. Cada mañana observaba durante un largo rato su reflejo en el agua, maravillándose de su propia perfección. Y soñaba con viajar a un lugar más cálido, donde supiesen admirar adecuadamente sus muchas cualidades. Al cabo de unas pocas semanas, unos gansos viajeros le sugirieron que emigrara con ellos hacia el soleado sur. Pero había un pequeño inconveniente: la rana no sabía volar. “Dejadme que piense un momento” -dijo la rana-, “seguro que mi cerebro privilegiado encontrará una solución”.
Fiel a su promesa, pronto tuvo una idea. Pidió a dos gansos que l e ayudaran a buscar una caña ligera y fuerte y les explicó que cada uno tenía que sostenerla por un extremo. Ella se puso en medio, y se agarró a la caña mordiéndola con la boca. Con mucho cuidado, las aves emprendieron el vuelo. Así comenzaron su travesía. Todo iba según lo previsto cuando, al poco rato, pasaron por encima de una pequeña población. Los habitantes de aquel lugar salieron para ver el inusitado espectáculo. Nunca habían oído hablar de ranas que volasen, y menos utilizando un medio de transporte tan ingenioso.
Elevando la voz, un aldeano curioso preguntó: “¿A quién se le ocurrió tan brillante idea?” Al escucharle, la rana no pudo evitar que se le escapara la orgullosa e inmediata respuesta: “¡A mííí!”. Su vanidad fue su ruina. Aquellas fueron sus últimas palabras. En cuando abrió la boca, se soltó de la caña… y cayó al vac&iacut e;o.
La vanidad se caracteriza por comportamientos arrogantes y un deseo excesivo de ser admirado por los demás. Así la vanidad está presente en cada uno de nosotros y se manifiesta en multiples circunstancias. Nadie se salva de sufrir un ataque de vanidad. La vanidad forma parte de un mecanismo íntimo y universal del ser humano.
Normalmente cuando aparece la vanidad lo que se intenta es engrandecerse a uno mismo para poder tranquilizar la inseguridad que tenemos. Maslow, en su famosa teoría de las necesidades, las jerarquizaba en una pirámide donde, tras la satisfacción de las necesidades fisiológicas, de salud y seguridad, situaba las necesidades de pertenencia, de estima y reputación y, finalmente, de autorrealización. La vanidad tiene que ver con los tres últimos niveles.
Sin embargo y pese a ser un proceso totalmente humano, la vanidad en cualquier caso nos limita y nos traiciona (como a la rana), puesto que nos lleva a considerarnos superiores y a la necesidad de remarcar nuestros logros. Todos anhelamos que nos acepten tal y como somos, sin embargo no nos mostramos por miedo a que nos rechacen.
Liberarnos de la tiranía de la vanidad pasa por conquistar nuestra propia confianza. En la actualidad estamos viviendo en una cultura dominada predominantemente por la imagen, en la que lo importante no es “como se es” sino “como nos ven los demás” o qué imagen estamos dando a los demás. Así vivimos muchas veces encarcelados en un mundo de apariencias y de cómo lograr la mejor impresión a los demás, un combarte en que lo importante no “es ser” sino “aparentar ser”
Por otra parte nada embriaga más que los elogios, nada engancha más que el reconocimiento público. Pero esta adicción, como casi todas, nos limita, puesto que nos hacen suponer que los demás deben cumplir nuestras expectativas cuando lo cierto es que tan sólo nosotros vamos a ser capaces de llenarlas. Un buen antídoto contra la vanidad es trabajar la propia confianza, conocernos a nosotros mismos y aceptar los que vamos descubriendo acerca de quiénes somos y cómo somos. De este modo podemos aprender a cuestionarnos y evolucionar, tomando las riendas de nuestra propia vida y dejar de vernos arrastrados por las opiniones de los demás. Al reflexionar sobre la vanidad he recordado un maravilloso libro que seguramente conocereis: “El retrato de Dorian Gray” Oscar Wilde, donde se habla del significado de la belleza, la propia imagen y se ahonda en el mito del “Fausto”.
Os propongo una reflexión para los próximos días:
¿Cómo eres?
¿Cómo te ven los demás?
¿Cuál es tu grado de necesidad de ser reconocido por los demás?